top of page

Nicaragua: tierra de belleza (de lo evidente y no evidente)

Carmen Navarro Mateos

Era la tercera vez en mi vida que pisaba Centroamérica pero, esta vez, las sensaciones que embarcaron en el vuelo eran diferentes a las de otras veces. Como apasionada del mundo educativo, sentía una curiosidad y ganas enormes de conocer otro sistema de enseñanza completamente diferente, construido en base a otros principios sociales y culturales. Me emocionaba la idea de poder enfocar mi voluntariado al trabajo con niños y niñas, teniendo la posibilidad de hacer un seguimiento durante mi mes de estancia. Además, en mis viajes anteriores, volví a España llorando, cautivada por la gente y la naturaleza que caracteriza a estos países, y anhelándolas al toparme con la realidad. Me genera frustración intentar explicar la belleza evidente y no evidente que hay en Centroamérica: hay que ir y vivirla para sentirla, las palabras e imágenes no le hacen justicia. Por todo ello la ilusión de poder volver a sentir esa conexión tan especial con la tierra y la gente era mayúscula, pudiendo además, en este caso, aportar desde mi posición (en lugar de solo recibir).

¿A qué me refiero cuando hablo de la belleza evidente?

A que nada más llegar a Camoapa me sentí atrapada (en el mejor de los sentidos) por las casas de colores y el continuo movimiento de gente. La fundación Hogar Luceros del Amanecer, la que iba a ser mi casa durante el próximo mes, era un espacio tremendamente acogedor, dividido en diferentes zonas llenas de personalidad.


En la tierra de los lagos y volcanes he conocido los sitios más lindos en los que he estado, paisajes que me han hecho tener que respirar profundo para digerirlos. Me costó creer que el verde podía estar por todos lados, he podido ver por primera vez lava con el ruido de una tormenta de fondo, los atardeceres me han regalado colores que no pensaba que podían estar en el cielo, me he sumergido en una barrera de coral, he visto todos los tonos posibles de azul en el mar, me he columpiado en lugares mágicos, y me he subido a sitios en los que mi madre me regañaría. Todos los lugares que visitamos fueron aún más bonitos al tener la oportunidad de conversar con la gente, que nos contaban anécdotas y nos hacían ver el paisaje a través de sus ojos.

Nicaragua es un país muy poco explotado, lo que hace que sientas que lo sitios que visitas son realmente auténticos. No tiene absolutamente nada que envidiarle a su país vecino con la mayor fama turística de Centroamérica: Costa Rica. En Nicaragua el turismo que hay es interno o, como mucho, de los países cercanos. No está masificada, no sientes que estás en una atracción. Por suerte, aún todo está salvaje y natural. Nunca olvidaré cuando, con una de las compañeras de voluntariado, mientras estuvimos una tarde entera en una de las playas más hermosas de Corn Island, no pudimos tener una foto de las dos que no fuera un selfie, puesto que ningún humano pasó por allí en todas las horas que estuvimos (caballos sí, muchos). Esa sensación de soledad, que da lugar a viajar también hacia dentro, la he tenido en diversos momentos (por suerte).

¿Con tanta belleza por qué no hay más turismo? Esta pregunta estaba en mi cabeza cada fin de semana que salía a explorar el país. Hablando con mi madre y padre nicaragüenses pude comprobar los estragos causados por las protestas que ocurrieron en 2018. En abril de ese año mucha gente comenzó a reaccionar ante las diferentes reformas llevadas a cabo por el presidente Daniel Ortega, pidiendo la dimisión del mismo y denunciando el gobierno como ilegítimo. Me contaban de primera mano que, al vivir justo delante de una de las sedes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (partido con la ideología del presidente), pasaron unas noches de pesadilla: amenazas de incendio, protestas violentas, ruido continuo de motos y gente gritando… Creo que el hecho de estas protestas tan recientes, unido al enorme impacto que tuvo el COVID y, junto a la idea de inseguridad que se tiene de Latinoamérica en general, ha hecho que sea un país desconocido. Tras un testeo de mi entorno cercano, pude afirmar que no mucha gente era capaz de situarlo en el mapa y la que sí, su consejo de viaje era: “ten cuidadito”. 

Me he sentido muy segura en Nicaragua, simplemente no he hecho las cosas que tampoco haría en España. Además he vivido en una zona que, dentro del poco turismo del país, estaban aún menos acostumbrados al turismo. De hecho, cuando íbamos a otra ciudad y decíamos que veníamos de Camoapa, ni los propios nicaragüenses sabían dónde estaba. Eso me ha hecho conocer de verdad la realidad del país, sin “filtros turísticos” y con la suerte de haber convivido un mes con una familia que me ha acercado a la gastronomía, historia y cultura de su tierra.

¿A qué me refiero cuando hablo de la belleza de lo no evidente?

A aquello que de manera directa no se ve pero te genera la misma sensación que contemplar el paisaje más hermoso del mundo y, aunque no se puede fotografiar, se recuerda más fuerte e intenso que cualquier imagen.

El día a día era calmado pero intenso. Vivíamos en el “ahorita”, sin proyectar demasiado en planificaciones futuras, pero sin parar de hacer cosas. Menudo reto tan enorme dar clases en los colegios rurales de la zona, donde una única profesora daba clase a dos grupos diferentes (de cursos distintos) en el mismo espacio. Los días que iba allí a colaborar podíamos dividir en dos la clase, haciendo que cada una de las profesoras pudiéramos estar el tiempo completo trabajando con los niños y niñas de un curso y, poder así, individualizar un poco más en función de las necesidades. Nunca me había planteado cómo enseñar las palabras con “gue” y “gui”, ni tampoco cómo trabajar la importancia de la higiene en el día a día. ¿Lo mejor? Que tuve que hacerlo y ahora ya sé cómo enseñarlo.

Como apasionada de los juegos de mesa y, como mi tesis doctoral se centra en el potencial de lo lúdico en el contexto formativo, no pude evitar llenar mi maleta de juegos de mesa para trabajar durante mi tiempo de voluntariado y poder dejárselos como material. Adaptamos el Jenga, pegando a cada uno de los bloques una pregunta en inglés para repasar vocabulario; usamos el Twister para trabajar los colores y partes del cuerpo; utilizamos el Storycubes para mejorar la capacidad de redacción escrita y fluidez oral. 

He sido muy consciente del enfoque tan tradicional que tienen de la enseñanza y de los recursos educativos limitados. El simple hecho de utilizar materiales o enfoques diferentes ya hacía que los niños y niñas estuvieran emocionados e ilusionados por lo que íbamos a trabajar. En este sentido debo decir que el contexto es tan diferente que no es nada justo comentarlo desde mi posición de privilegio, pues allí la enseñanza no es obligatoria en ninguna etapa, y lo que únicamente les interesa es que tengan la base mínima para que no sean analfabetos en el momento en el que sus familiares decidan que ya tienen la edad suficiente para trabajar. Ha sido muy duro ver las casas de los niños y niñas y conocer su realidad: el hecho de caminar 40 minutos para llegar al colegio, el tener que ir a llenar garrafas al pozo más cercano para tener agua potable, la desestructuración familiar, y los acontecimientos tan traumáticos que muchos han vivido. Y, con todo ello, lo primero que hacían al verte era abrazarte. Ha sido el periodo de mi vida en el que más he llorado y más abrazos he recibido.

En Nicaragua me han dado respuestas que jamás olvidaré. Un día estaba forrando un libro con uno de los niños, recortamos una parte y sobró un pequeño cuadrado de papel. Le pedí si podía tirarlo a la papelera para no dejarlo en el suelo y me contestó: “¿por qué quieres tirar esto? Aquí se puede dibujar”. Y en esos momentos te das cuenta de lo necesario que es vivir este tipo de experiencias para reflexionar y hacer ajustes vitales internos. Otro ejemplo de esos momentos fue cuando vi en el comedor a un grupo de chicas jugando al juego de cartas “Uno”. La voluntaria que estuvo antes que yo lo había dejado, pero no le había dado tiempo a explicarlo. Obviamente no podían desaprovechar la oportunidad de jugar a un juego, por lo que se inventaron sus propias reglas e hicieron un juego completamente nuevo (y muy interesante).

También recuerdo con belleza los desayunos platicando con mi madre nicaragüense: güirila con frijoles, plátano frito, aguacate y cuajada. ¡Y cómo olvidarme del café bien cargado de azúcar! El primer día, cuando le dije que yo no le echaba azúcar al café, me respondió con una sonrisa contundente “pero es que aquí se toma así”. Gracias a ella he podido probar frescos de frutas que ni siquiera sabía que existían: tamarindo, pitaya guanábana, granadilla o semilla de jícaro. Vinculado a la gastronomía también recuerdo con mucho cariño las mañanas ayudando a la cocinera del hogar a preparar los almuerzos y frescos, además de los momentos de conversación mientras fregábamos todos los platos y vasos de los más de 60 niños que pasaban allí el tiempo complementario a las horas de escuela.

Y esas bellezas se iban entrelazando en el día a día, haciendo que esta experiencia haya sido la mejor de mi vida. Nicaragua lucha por lo que no tiene sin avergonzarse de lo que es.

Es imposible no cerrar este relato con un fragmento de la canción “Latinoamérica” de Calle 13:

El sol que nace y el día que muere

Con los mejores atardeceres

Soy el desarrollo en carne viva

Un discurso político sin saliva

Las caras más bonitas que he conocido

Soy la fotografía de un desaparecido

La sangre dentro de tus venas

Soy un pedazo de tierra que vale la pena

Una canasta con frijoles

Soy lo que sostiene mi bandera

La espina dorsal del planeta es mi cordillera

Soy América Latina

Un pueblo sin piernas, pero que camina, ¡oye!

Tú no puedes comprar al viento

Tú no puedes comprar al sol

Tú no puedes comprar la lluvia

Tú no puedes comprar el calor

Tú no puedes comprar las nubes

Tú no puedes comprar los colores

ú no puedes comprar mi alegría

Tú no puedes comprar mis dolores

Trabajo bruto, pero con orgullo

Aquí se comparte, lo mío es tuyo

Este pueblo no se ahoga con marullos

Y si se derrumba yo lo reconstruyo

Comments


Universidad de Granada
Logo_AACID_positivo_050322.jpg
  • Instagram
  • Facebook
  • Youtube
CICODE(COLOR)_edited.jpg
bottom of page