Ana Isabel de Luis Ruiz
El 18 de agosto de 2023 llegué a Madrid con un torbellino de emociones en el cuerpo. Miedo por la incertidumbre de lo que me iba a encontrar en mi destino, inseguridad por saber si sería capaz de adaptarme a una nueva cultura, ilusión por comenzar esta aventura a la que llevaba preparando desde hacía meses y orgullosa de haberme animado a dar el paso a lo que muchos de mis seres queridos catalogaban como una “locura”. Esas sensaciones se extendieron mucho más en el tiempo cuando nuestro vuelo se atrasó hasta el día siguiente y tuvimos que posponer por un día nuestra partida. Por suerte, estaba acompañada de Laura y María, con quienes pude compartir todo lo que estaba experimentando mi mundo interno y quienes se convirtieron mis pilares durante la experiencia.

Fotografía 1. María, Laura y yo justo antes de embarcar a Santa Cruz desde Madrid tras nuestro retraso de 11 horas
Después de este primer percance y tras 11 horas de vuelo, aterrizamos en nuestro destino: Santa Cruz de la Sierra. Nada más llegar, pudimos observar las primeras peculiaridades del paisaje a través de la ventana del avión. Dentro ya del aeropuerto nos conectamos brevemente a la wifi y avisar a nuestras familias de que habíamos llegado. Después de una larga y tediosa cola de control de inmigración y de aduana, María Elena y su familia nos recibieron y ayudaron con los primeros trámites básicos: conseguir una tarjeta nueva por el móvil y cambiar dinero. No mucho más tarde, descubriría que sería mi tutora durante todo mi voluntariado quien me invitaría a cenar junto con su familia y a quien acudiría en caso de tener cualquier duda.
El primer paseo en coche por las calles de Santa Cruz fue muy abrumador. Mi atención estaba dividida entre seguir la amable conversación que nos estaba brindando la familia y en observar las exacerbadas diferencias entre los primeros anillos que conforman la ciudad y los anillos más cercanos al Plan 3000. Nuestro alojamiento se situaba en esta área claramente empobrecida en la que se podía observar como muchas casas no tienen acceso a muchos servicios como el agua o la luz y sus habitantes en muchas ocasiones no tienen cubiertas las necesidades de educación y salud. Esto solo sería el inicio de las muchas desigualdades que nos encontraríamos durante nuestra estancia en esta ciudad en la que los ricos eran muy ricos y los pobres muy pobres.
A la llegada a la casa de los “Alegres” nos recibieron los y las voluntarias y la familia que vivía con nosotros con los brazos abiertos. Como justo era la fiesta de cumpleaños de una de las voluntarias, vinieron tanto otros voluntarios y voluntarias que vivían en la otra casa como miembros de la fundación ya que llegamos justo a tiempo para iniciar la celebración. Aprovechamos para conocerlos un rato y nutrirnos de sus impresiones, pero al cabo de unas horas nos fuimos a descansar ya que los síntomas del “jet-lag” estaban siendo muy punzantes y no nos estaban dejando disfrutar de la velada. Y menos mal que decidimos irnos a la cama porque esta dinámica de realizar actividades en grupo con todos los participantes de esta experiencia en los escasos huecos libres que teníamos – principalmente los fines de semana – se convertiría el pan de cada semana.


Fotografía 2. El interior y el exterior de la casa de los voluntarios los “Alegres”
A la mañana siguiente, la tutora de Laura y María nos llevó a conocer la zona del Plan 3000 contándonos la historia de cómo Hombres Nuevos había conseguido abrir numerosos colegios, centro de mayores, la universidad de música, alojamientos diversos… mientras paseábamos por los alrededores de la zona y nos montábamos por primera vez en un “micro”; el medio de transporte por excelencia en Santa Cruz. El destino final fue la casa matriz “Palacio” en donde pudimos cenar pizza – una de las dos comidas que consumiríamos en las celebraciones – junto con el Padre Nicolás y todos los fraternos que estaban viviendo con él. Con todos ellos pudimos compartir nuestras primeras impresiones y las dudas que nos habían ido surgiendo en apenas 24 horas.

Fotografía 3. Las calles del Plan 3000 por los alrededores de la casa de los “Alegres”
Esa misma tarde me enteré de que al día siguiente iba a partir hacia la localidad de Guabirá a iniciar mi labor junto con otros dos voluntarios; lugar que se convertiría mi hogar de lunes a viernes. Dada la lejanía de mi proyecto de destino y mis horarios de trabajo me tocó quedarme en esta localidad entre semana. De hecho, el trayecto duraba unas dos horas y media e implicaba montarse en tres tipos de transporte diferentes. En concreto, para llegar tenía que “agarrar” un “micro” hasta el centro, un “trufi” hasta Montero y una “mototaxi” u otro “micro” hasta el Hogar. Esto de primeras me chocó un poco porque este régimen suponía no tanto convivir y, en general, pasar menos tiempo con todos las y los voluntarios y miembros de la fundación con los que tan bien había congeniado – inclusive Laura y María -. No obstante, en cuestión de días esta sensación se transformó por la de un profundo agradecimiento y sentimiento de familia que no cambiaría por nada en el mundo.
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