Inicialmente, no puedo olvidar mi llegada al aeropuerto El dorado de Bogotá, allí me esperaba una persona, colaboradora de la Fundación creciendo Unidos que dispuso de su tiempo para acompañarme hacia la ciudad. Durante este largo recorrido, mi acompañante aprovechó para comentar lo caótico que es el trafico en esta ciudad, sobre todo los días festivos y fin de semanas.
Seguidamente, me comento que el centro de la ciudad podría ser un tanto peligroso y que debía caminar con confianza, pero “sin dar papaya”. Esta expresión colombiana es bastante utilizada por la gente de aquí, refleja la importancia de no dar innecesariamente la oportunidad para que suceda algo inesperado, o simplemente ponerse en peligro, ser descuidado e imprudente. En ese momento, mentalmente, restringí el uso del teléfono, cámaras y otros instrumentos “llamativos” y pensé que debía utilizarlos en casos excepcionales. Una vez oído con especial atención este mensaje, comprendí el choque cultural que genera la delincuencia en Colombia para los recién llegados. En medio de tantos cambios me encontré con una ciudad que iba a ser mi casa, y me inundaron los pensamientos entorno a la peligrosidad que conlleva el ser extranjero y no residente en Colombia.
En pocos instantes, el análisis se centró en la idea de dejar momentáneamente un lugar de confort e introducirme en un nuevo contexto, tal vivencia seria uno de mis mayores desafíos. Aun siendo Argentina sentí la necesidad de reactivar mi intuición latina y movilizarme de forma prudente. No obstante, desde mi corta experiencia viviendo fuera de España, comprendí que el miedo y/o prejuicios por aquello desconocido no era el mejor camino para adentrarme a este nuevo entorno.
Fuente: Foto lograda en la calle séptima de Bogotá (mercados ambulantes) y Chorro de Quevedo.
Desde el auto, observando los alrededores de Bogotá, debo recordar que uno de los lugares que se robo por completo mi atención fue el “cerro Monserrate”. Lo recuerdo desde que aterrice al aeropuerto, a unos pocos kilómetros ya podía ver esa enorme montaña que protegía la ciudad entera. Resulta imponente y pareciera que te acompaña siempre ya que puedes disfrutar de sus picos primaverales desde varios puntos de la ciudad. La tradición de subir a pie por un camino de casi tres kilómetros hasta llegar al sitio de peregrinación religiosa se debe a que en la cúspide del cerro reposa un santuario con la ermita de Nuestra Señora de Monserrate. En esa basílica se encuentra la imagen del “Señor Caído de Monserrate”, este cristo es considerado como milagroso para los visitantes y fieles que realizan este recorrido espiritual. Desde que conocí este cerro, resulta interesante observar que cada fin de semana muchos colombianos y extranjeros dedican parte de su tiempo para subir esta montaña. Representa un encuentro especial, la fe es el principal motivo por el que este lugar se ha convertido en uno de los iconos mas populares de Bogotá.
Fuente: Foto lograda en el “cerro Monserrate”
Por consiguiente, me encuentro en mi primer día de trabajo en Fundación Creciendo Unidos, allí me esperaba Reinel (Director de la Organización) y Salomón (Coordinador). El Coordinador, se convirtió en mi compañero de trabajo, un confidente durante el reconocimiento de las historias de cada Niño, Niña y Adolescente, y hoy en día, en un gran amigo. Debo recordar que el apoyo y acompañamiento durante estos primeros días fueron fundamentales para identificar y revalorizar el trabajo que conlleva cada proyecto. Debido a la magnitud laboral, decido orientar mi trabajo a la investigación entorno al trabajo que realizan muchas familias, niños, niñas y adolescente en el barrio 20 de julio.
Para recoger toda la información necesaria, junto al equipo de trabajo, cada sábado nos dirigimos al barrio 20 de julio donde se realizaron observaciones y diferentes talleres. Los miércoles tuvimos un contacto más cercano con las familias, ya que gracias a Salomón las observaciones fluían de forma participativa logrando que las familias accedan a las preguntas y dudas que se presentaban entorno al barrio. Resulta interesante exponer que existe una conciencia de trabajo, una implicación por parte del vecindario y una manifestación reivindicativa que promueve el respeto por el trabajo y/o actividades que desarrollan muchos niños/as. En varias ocasiones se realizo actividades comunicativas donde niños/as que viven en el barrio opinaban sobre la construcción del equilibrio entre el sistema educativo y la vida laboral.
De acuerdo con este reconocimiento contextual, el protagonismo que tienen estos niños/as en los mercados de trabajo, es debido al apoyo que requieren sus madres y abuelas en una jornada laboral. Sumado a lo anterior, en la mayoría de las ocasiones, estas madres son el principal sustentador económico. A demás responden a la protección y a los cuidados que necesitan sus hijos/as. Por otra parte, el apoyo laboral que desarrollan estos niños/as en los mercados, contiene una trascendencia histórica y cultural, identificando a los progenitores y/o tutores como niños ex trabajadores. Para lograr identificar tales carencias y potencialidades me centré en una serie de objetivos y encuestas personales que clarificaron aquellas divergencias entorno al trabajo infantil en Colombia.
De acuerdo con el análisis y los resultados se puede entender que en las diferentes áreas no existe discriminación entre el trabajo productivo y reproductivo, el tiempo y el espacio no los separan, ambos hacen parte de los derechos y responsabilidades que ejecutan muchos niños/as. En el barrio de 20 de julio la educación no ocurre aislada del trabajo, cada tutor y/o progenitor intentan que ambas actividades concurran en un proceso único. En este sentido, desde una escala generacional, estos niños y niñas comienzan a ayudar en las tareas del hogar desde una edad muy temprana. Existe una diferencia de genero bastante arraigado entorno a los modelos de cuidado y domésticos del hogar. De tal forma que estamos frente a niños/as que no solo ayudan en el hogar, sino que también son participantes activos durante las ventas callejeras.
Fuente: Fotos logradas en el barrio 20 de Julio
durante el trabajo de campo con Elizabeth y Salomón
Por tal razón, para no excederme demasiado, terminé por entender que el trabajo para estos niños/as es una parte importante durante la socialización, ya que se construyen como seres políticos con consciencia sobre el ambiente donde se desarrollan actividades remunerativas.
Como conclusión, considero que es una temática que debe seguir siendo analizada, poniendo énfasis en las problemáticas callejeras a las que están expuestos muchos niños/as trabajadores. No obstante, Fundación Creciendo Unidos utiliza un enfoque participativo de derechos, que posibilita la creación de metodologías alternativas y que, por tanto, promueve uno de los principios fundamentales: el ser oído y escuchado, recogido en la Convención de los Derechos del Niño. En esta misma línea, vale la pena remarcar el protagonismo y la libertad de expresión que muchos niños y niñas manejan entorno a sus vivencias, inseguridades y deseos. Para cerrar este blog quiero exponer una frase dedicada a las/los colombianos que día a día luchan por defender su tierra y validar sus derechos. Gracias por brindarme tanto cariño. Fue maravilloso coincidir con tantas historias. Sin duda, volveré.
“…Cuando pienso en mi Tierra, pienso sobre todo en el sueño posible, aunque nada fácil, de la invención democrática en nuestra sociedad…” Paulo Freire, 2002.
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