Beatrice Paola López Pagnozza.
Aún recuerdo el día que me hablaron por primera vez del programa del CICODE. Al principio todo me sonó muy extraño, como si de otra lengua que no conocía se tratase. Estaba en la cafetería de la universidad con unas amigas después de un examen cuando una de ellas comentó que en febrero salían unas becas de la universidad en relación con la cooperación internacional y pensé “¿por qué no?”. Así que después de unas búsquedas en internet, parecía una oportunidad muy interesante para desarrollarme tanto personal y profesionalmente, además, se trataba de algo que me gustaba. Así que me armé de valor y, junto a dos amigas más, nos inscribimos.
Después de un tiempo de espera, llegó el día que salieron las listas de admitidos y, lamentablemente, ninguno de nuestros nombres aparecía en ella. Mi nombre quedó como primera en la lista de suplentes, pero tampoco me quería hacer ilusiones ya que en el anterior curso me concedieron una estancia de un semestre en la Universidad de la República de Uruguay, pero por miedo y motivos económicos lo terminé rechazando. Así que, por mi salud mental y por no hacerme falsas ilusiones, decidí olvidarme de la beca e hice mi vida normal hasta que un día en clase recibí un correo del CICODE comunicándome que uno de los que habían sido admitidos había rechazado su plaza, por lo que quedaría una vacante libre y que podía ser para mí. No me lo podía creer, es más, tal como leí el correo mis amigas que estaban sentadas a mi lado como yo se nos escapó un grito de la emoción en mitad de la clase. En mi cabeza ya no existía la posibilidad de irme a hacer una estancia fuera. Sin embargo, ahí estaba el correo donde decía que sí, que esa plaza podía ser mía si seguía interesada y, sinceramente, después de lo de Uruguay no iba a volver a dejar pasar una oportunidad así por miedo, por lo que me armé de valor y acepté sin pensarlo mucho.

Fotografía 1: Organización provincial de mujeres Micaela Bastidas y encuentro regional y latinoamericano en Cusco por derechos de la mujer y contra de la violencia. 16 agosto del 2022
Después de ese día el tiempo pasó, realicé un curso de formación del CICODE donde conocí a unos compañeros y compañeras estupendas de los que aprendí mucho. Pensaba que lo peor ya había pasado, pero me equivoqué, conforme se acercaba más la fecha de mi partida ese mismo miedo que me hizo rechazar mi plaza en Uruguay, más me dominaba, tanto es así que empecé a dudar hasta de mis propias capacidades e incluso de mí misma. Los pensamientos intrusivos se apoderaron de mí, dudaba de que pudiera ser lo suficientemente válida como para ir o, incluso, si realmente me merecía aquella plaza. MALDITO SÍNDROME DE LA IMPOSTORA. ¿Por qué no me lo iba a merecer? Obviamente, no se puede ser perfecta y todas mis compañeras que habíamos entrado en la convocatoria estábamos igual, estábamos para aprender, ninguna sabía más que otra.
A pesar de mis miedos y de mis constantes intentos de autosabotajes, llegó el día que tanto me aterraba, ese 7 de julio del 2022 en el que me tocaban 31 horas de vuelo y recorrer medio mundo para llegar a mi nuevo destino. Llegué a pensar en diferentes ocasiones en perder el vuelo a propósito para no ir (pensaréis que vaya tonta asustadiza, yo pienso lo mismo de esa Beatrice del pasado).
Finalmente, después de ese tedioso viaje llegué por fin a Cusco, Perú. Tenía tal borrachera emocional cuando llegué que realmente no era consciente de lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Mateo, el dulce y risueño conserje de Guaman Poma, la ONG a la que iba, me estaba esperando en el parking del aeropuerto con un cartel con mi nombre. Cogimos el coche y me acompañó hasta lo que sería, en esas siguientes ocho semanas, mi nuevo hogar.

Foto 2: "Tapananchiskama" (palabra quechua que significa "hasta que la vida nos vuelva a encontrar"). Despedida de nuestro compañero y amigo Ronald.
Los primeros días fueron muy raros, me sentía muy abrumada, con un revuelto de emociones contradictorias en mí que no entendía. Estaba feliz porque mis intentos de autosabotaje no tuvieron mucho éxito y me moría por conocer Perú. Debo confesar que desde pequeña siempre he tenido curiosidad por viajar por el mundo, conocer diferentes culturas y, sobre todo, como socióloga esto incrementó. Me frustraba que mi formación académica se centrará principalmente en perspectivas totalmente eurocéntrica y androcéntrica. Por lo que esto me parecía una oportunidad para romper esos pilares que sostenían toda mi trayectoria profesional y empezar una nueva formación desde la interseccionalidad que no encontraba en la Universidad. Pero había otra parte de mí, que a la vez que sentía felicidad por la nueva experiencia, al mismo tiempo se sentía triste o melancólica porque estaba “sola” a 12 mil kilómetros de mi casa, de mi familia y mis seres queridos. No os voy a mentir, ese sentimiento de soledad me fue acompañando durante toda mi estancia. No era la primera vez que vivía fuera de mi ciudad; estuve un año trabajando en un pueblo de Madrid y otros cuatro estudiando en Granada, pero siempre había estado a unas horas en coche de mi ciudad natal, Málaga, en el caso de que algo saliera “mal”. Esta vez no fue así.
Mi incorporación en terreno fue un poco peculiar. Siempre te dicen que tengan cuidado con la comida, sobre todo con la comida de los puestos ambulantes, pero yo, con lo que me gusta comer, pues no les hice mucho caso y no fue muy buena idea. Y como os podréis imaginar no terminó bien para mí y pillé la diarrea del viajero, mi segunda semana en terreno me la pasé mala a base de sueros y medicamentos. Pero es algo normal, con el tiempo llegaron nuevos cooperantes españoles de otras entidades y les pasaron lo mismo.
Por lo que mi trabajo en campo respecta fue una gran experiencia. La primera semana conocí al equipo de Guoman Poma, nos enseñaron y explicaron un poco lo básico de la entidad. Poco a poco, a mi sorpresa, fui cogiendo el ritmo de la institución y me fui incorporando al proyecto al que fui destinada con esfuerzo y paciencia. A pesar de todos esos pensamientos negativos, durante el tiempo que estuve trabajando allí en terreno, me di cuenta que esa imagen que tenía de mí estaba distorsionada y que me pude adaptar sin grandes complicaciones. Cabe destacar, que contar con un equipo profesional como el de Guoman Poma ayudó mucho. Durante toda mi estancia me sentí acompañada y arropada por ellos, siempre que tenía alguna duda o no sabía algo tenía a alguien a quien acudir.

Fotografía 3: Primer día de oficina con el Equipo de Guaman Poma
En este sentido, siento que todo lo que aprendí durante esos meses en terrenos no lo hubiera aprendido de no haberme arriesgado a ir, ni hubiera conocido a todas las personas que me llevo conmigo. Una de las cosas que me llevo fue la oportunidad de conocer en primera persona los relatos de las mujeres con las que trabajamos sobre cómo afectó les Covid-19 a ellas y su entorno, y en concreto, a Cusco. Muchas de las mujeres con las que trabajamos se dedicaban al comercio artesanal o al comercio ambulante, uno de los sectores más azotados y castigados por la pandemia allí en el Perú. Muchas eran madres solteras que vivían al día con lo que ganaban con sus pequeños comercios y al no poder salir a trabajar por las restricciones esto supuso una gran carga tanto económica como psicológica para ellas, ya que muchas no contaban con el apoyo de otros familiares ni con las instituciones. Era otra realidad más cruda que, aunque sabía de su existencia y pensaba que estaba concienciada, escuchar con tus propios oídos cada una de sus historias era de lo más aterrador y frustrante.
A pesar de todos esos miedos, creo que lo más duro de todo el viaje no fue mudarme a otro país sola, ni el adaptarme al trabajo en terreno, sino decir “adiós” a todas aquellas personas que conocí y con las que intercambié un poquito de mí y de los que recibí un poquito de ellos. Después de cuatro meses que regresé a España, aún sigo en contacto con ellos, nos seguimos intercambiando memes y riéndonos de las mismas tonterías que cuando estaba allí. Y es que aprendí que el decir adiós no resulta fácil. Y espero que ese “adiós” vuelva a ser un reencuentro pronto.
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