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Diario de un voluntario en Bolivia. Dilemas éticos en el voluntariado

Javier Jiménez Bermúdez

Presentación

A través del presente artículo se pretende analizar una serie de dilemas éticos que fueron abordados durante la realización del voluntariado internacional en el Plan 3000 (Bolivia), a través de la Fundación Hombres Nuevos. Para tal objetivo presentaré mi propia experiencia como voluntario, ya que el propio análisis y sistematización de la misma puede ser de suma importancia tanto para dotar de conocimiento en sí, como para servir de precedente a otras personas interesadas en la realización de la actividad.

Toda historia que se precie debe constar de 3 partes fundamentales: introducción, nudo y desenlace. Aunque también hay autores que para alimentar la intriga en el lector y haciendo uso del melodrama, suelen dar comienzo a sus obras por la parte de mayor tensión, o incluso por el final. Por lo que yo podría comenzar este relato de la siguiente manera: “En mi vigésimo tercer día en Bolivia me encontraba atrapado en un río en el Parque Nacional de Amboró, sin cobertura y más lejos de lo que desearía de cualquier tipo de civilización”. Sin embargo, como bien puede adivinar usted, querido lector, mi intención en este texto no es hacer uso de semejantes recursos literarios. Por lo que esta historia comenzará con la más simple presentación de su personaje principal.

Mi nombre, como habrá podido leer unas líneas más arriba, es Javier Jiménez Bermúdez. Aunque estos últimos 5 años he estado viviendo en Granada, donde he realizado el Grado de Trabajo Social y el Máster Universitario en Cooperación al Desarrollo, Gestión Pública y de las ONGDs, la mayor parte de mi vida la he pasado en un pueblo costero llamado Torrox, situado entre Málaga y Granada. La idea de visitar el continente latinoamericano me surgió hace 4 años y vi en la beca de voluntariado internacional en proyectos de cooperación al desarrollo del CICODE una gran oportunidad. Una oportunidad ya no solo de visitar Latinoamérica, sino también de realizar un proceso de inmersión en una cultura diferente a la propia, de participar en un proyecto de cooperación y sobre todo de tener una experiencia de aprendizaje única. 

Taller de papiroflexia

Siendo este el panorama inicial, y antes de emprender el viaje, se me presenta el primer dilema a resolver: ¿No es la cooperación una forma de neocolonialismo y yo a través del voluntariado la estoy alimentando? En resumen, si realizamos un análisis crítico de la cooperación internacional para el desarrollo a lo largo de la historia, podemos advertir como la cooperación, en parte, ha servido para mantener y favorecer la jerarquía global por la cual unos países han sido considerados “subdesarrollados” y otros “desarrollados”. Gozando los “países desarrollados” de una superioridad moral e intelectual de la que se han servido para imponer, desde organismos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, toda una receta de medidas económicas a estos primeros para que pudieran alcanzar el éxito de los “desarrollados”. Esta imposición basada en la privatización de servicios, liberalización de mercados y reducción del papel del Estado (véase el Consenso de Washington) ha tenido consecuencias muy graves en lo que se refiere al tejido productivo en los países del sur global, así como a nivel social y cultural. ¿Y si con la realización de este voluntariado estoy favoreciendo el mantenimiento de esta jerarquía global? 

Inevitablemente estas preguntas dan paso al dilema ético número 2: ¿Tengo algo que aportar al lugar al que voy? Sinceramente, hasta poco después de conocer la resolución de la convocatoria, mi información acerca de Bolivia, y de forma más concreta el Plan 3000, era escasa o inexistente. Lo cual hace que una idea se cuele sin avisar en mi cabeza: “allí hay gente que espera cosas de mí y yo no sé si voy a ser capaz”. 

Antes de continuar enumerando inseguridades y dilemas advertiré que las preguntas aquí expuestas serán resueltas al final a modo de conclusión, ya que su resolución ha sido un proceso en el cual se puede observar un común denominador entre ellas.

Tan rápido pasa el tiempo que, con una maleta cargada de dudas, preocupaciones, dilemas, ilusión y muchas ganas de aprender, entro en un avión que va camino a Santa Cruz de la Sierra. Ya en el avión mi acompañante me advirtió de la “peligrosidad” del barrio en el que viviría los dos próximos meses. Dibujándome, además, un pequeño esbozo de lo que encontraría en la ciudad. Al aterrizar me llama la atención la cantidad de palmeras situadas en un lugar tan lejano del mar. Aunque mayor fue mi sorpresa ante la ausencia de relieve montañoso, en una llanura que se prolongaba hasta el horizonte.

Con la llegada, el exceso de nueva información, la gestión emocional y el cansancio del viaje se unieron generando tal bloqueo mental que ante cualquier pregunta mis cuerdas vocales parecían tan solo tener permitido articular frágilmente un: “Hola”, “Todo bien”, “Gracias” y “Acabo de llegar”. Este proceso se alarga toda una semana en la que poco a poco conseguí desarrollar frases completas como: “Qué curioso”, “Qué divertido me parece eso” o “La sopa está muy rica, pero con este calor prefiero ensalada”. Durante los primeros días reparé en que, aunque hablábamos un idioma bastante parecido, a veces resultaba muy complicada la comunicación. Descubrí que un pilar fundamental en esta experiencia sería las personas voluntarias con las que conviví y compartía rutina. Gran parte del aprendizaje hubiera sido imposible sin las reflexiones conjuntas que se establecieron, siendo fruto del intercambio de percepciones e ideas.

Taller de pintura

Ya pasada la primera semana, se atisban las primeras grietas en ese muro infranqueable compuesto por la saturación de información y emociones. Esto me permitió asimilar el lugar en el que estaba, percibir y sentir la nueva realidad que me rodeaba. También es aquí donde te das cuenta de que efectivamente, no estás de vacaciones, sino que has venido para cumplir con unos objetivos y tu estancia se prolongará algún tiempo más. Es en el cuarto día de estancia cuando comienzan mis labores de voluntario en el comedor. En un principio mi trabajo consiste en prestar apoyo escolar a los niños y niñas que acuden al comedor. Por lo que en mis primeros días en las clases trato de identificar aquellas áreas en las que cada niño y niña precisa un mayor apoyo, así como analizar los recursos de los que dispongo para adaptar el contenido didáctico desde una perspectiva pedagógica accesible. De esta manera, planifico una serie de talleres de psicomotricidad, salud, medio ambiente y refuerzo escolar para realizar durante mi estancia. Seguidamente, planteo estas actividades a mi tutora en la fundación, dándome ella el visto bueno. Así que, cargado de ilusión, la semana siguiente me planto para comenzar las clases.

Clase de apoyo

La primera dificultad que se me plantea tiene que ver con mi formación. Y es que, yo no soy maestro. Sumar, restar, multiplicar, leer o escribir, pueden parecer tareas cotidianas muy sencillas y es por ese mismo motivo que resulta tan fácil caer en el error de pensar que se poseen las habilidades y destrezas para transmitir dicho conocimiento. Durante esa semana una sensación de impotencia, caos y frustración se apoderó de mí. A mi escasa formación y experiencia en una clase, se unía la deficiente gestión del aula. La clase estaba compuesta por un abanico de edades que iba desde los 2 años hasta los 11. Por lo que me resultaba imposible explicarle a una niña las características de la propiedad distributiva, a la vez que intentaba que al fondo de la clase una pequeña persona sobreviviese sin comerse las ceras de colores. No quedó otra opción que reformular aquello que pretendía desde un primer momento. Hubo que cambiar las mesas y las sillas de lugar, adaptar el aula y poner las ceras en un lugar bien alto. Durante esta segunda fase de adaptación, que en mi caso duró unas 3 semanas, me encontré en una continua reformulación. 

Clase de apoyo

Como persona precavida es normal tener un plan establecido desde el momento en el que inicias tu trabajo o cualquier otro aspecto de tu vida. Pero inevitablemente, ese contexto que desconocías te obliga a cambiar parcial o completamente el plan inicial. Lo cual genera sentimientos de frustración, impotencia e inseguridad, pero ante tales circunstancias, bajo mi punto de vista, puedes aprender del lugar en el que estás y adaptarte, o bien, hacer oídos sordos y ver qué tal se desarrollan los acontecimientos. Fue durante este proceso de adaptación cuando me encontré con el dilema ético número 3: ¿Estaré tratando de imponer una forma de trabajo desde una perspectiva occidental sin detenerme a pensar en la cultura en la que me encuentro?

A esta fase de adaptación le siguió el asentamiento. En este, las relaciones sociales que establecía pasaron a ser más sólidas y estables. Fue el periodo de tiempo en el que quizás logré tener un mayor bienestar personal, pudiendo experimentar también una mayor satisfacción en la labor que estaba desempeñando. Los viajes por Bolivia me hicieron tomar conciencia de la enorme heterogeneidad social y cultural del país, así como de su gran biodiversidad. Por otro lado, al cruzar el ecuador de la estancia una pregunta aparece rondando: ¿Qué voy a hacer cuando llegue a España? Esta experiencia hace que te replantees aspectos de tu vida, como consecuencia de la perspectiva que te da la distancia y el tiempo que pasas en un contexto tan diferente al habitual. Sin embargo, sentí la necesidad de establecer una conexión que dotase de coherencia todos los aprendizajes a lo largo del voluntariado con mi vida personal. Durante este oasis de tranquilidad otorgado por una ilusoria estabilidad, surgieron el cuarto y quinto dilema: ¿Estaré haciendo lo suficiente? ¿Qué haré al llegar a casa?

En la última semana toca aprender a despedirse de algo que tienes la sensación no ha hecho más que comenzar. Resulta imposible encontrar palabras para agradecer tanto en tan poco tiempo. La sensación de haber vivido una vida entera en tan solo dos meses. De haber exprimido al máximo la experiencia y seguir con ganas de una fase más, de un día más. Pero finalmente eres capaz de encontrar tranquilidad y paz en volver a casa.

Y como buen desenlace en el que todo se resuelve, a modo de conclusión expondré cómo fueron resueltos los dilemas aquí planteados. Aunque algunos solo eran puertas a otras preguntas aún por descubrir. Y es que, como ya se mencionó anteriormente, todos estos dilemas tienen un común denominador y por lo tanto nacen de una misma idea, tan dañina y perjudicial que considero necesaria tratar aquí, “El complejo del Salvador”. 

Aviso a navegantes. Con esto no quiero decir que durante el voluntariado realizado haya tenido una actitud supremacista o haya mostrado superioridad moral sobre aquello que me encontraba realizando. Los prejuicios o estereotipos que tenemos casi en nuestro ADN actúan de una forma mucho más sutil. En experiencias como la vivida, por mucha teoría de feminismo decolonial que hayas leído o practicado en tu zona de confort, es conveniente e incluso sano, identificar estas conductas indeseables que surgen propias de la cultura y proceso de socialización propios. Aquí expongo como se han desarrollado las mías.

Tras un proceso de toma de conciencia y deconstrucción, pude descubrir que el sentimiento de frustración y la impotencia sentida al inicio del voluntariado no era más que el fruto de querer hacer lo que no estaba en mi mano. Es decir, pretender un impacto significativo en el bienestar de los niños y las niñas o en la comunidad con la que trabajé. Esto, a través de un voluntariado en un plazo de 2 meses, es algo que no se puede lograr. Las estructuras que mantienen a las personas que habitan en el Plan 3000 en una situación de extrema vulnerabilidad estaban antes de que yo llegase y seguirán tras mi paso. Lo que no quiere decir que mi trabajo durante este tiempo haya sido en vano, sino que a menudo son demasiado altas las expectativas que nos ponemos o la imagen que proyectamos sobre lo que deseamos hacer. En mi caso, era la frustración al observar que pasaban las semanas y no lograba atisbar avances significativos en el ámbito escolar de los niños y niñas con quienes trabajaba. Y es que a veces pretendemos llegar a un lugar y con superpoderes mejorar la situación social de las demás personas. El proceso es mucho más complejo, y aun sabiéndolo es fácil caer ahí y no focalizar la intervención donde realmente debe ser. A pesar de que hayamos realizado un proceso de concienciación, de considerar que poseemos la información necesaria, resulta demasiado sencillo caer en la reproducción de prejuicios y estereotipos. Por mi parte, siempre le estaré agradecido a todas las personas que conocí en Bolivia, y más aún a los niños y niñas del comedor, todo aquello que me enseñaron. 

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